Sierra-GarcíaDeQuevedo, Gabriela M.2024-11-152024-11-152006-05Sierra-GarcíaDeQuevedo, G. M. (2006). El querer fundante-esperanza: recuperación de la práctica profesional de la psicoterapia. Tesis de doctorado, Doctorado en Filosofía de la Educación. Tlaquepaque, Jalisco: ITESO.https://hdl.handle.net/11117/11301Profundizar en el vínculo entre la acogida y el querer fundante - esperanza representa para mí la oportunidad de explorar una inquietud muy fuerte que surge de revisar mi práctica como terapeuta a la luz de la esperanza: ¿qué sigue después de que la persona puede reconocer su esperanza?, ¿es este reconocimiento suficiente para que la persona actúe?, ¿es la esperanza "una magia? ¿Qué hago yo con la esperanza de la otra persona? ¿Puede la esperanza por sí sola lograr que se haga realidad el compromiso con lo posible? ¿o es necesario compartirla y que sea recibida, valorada y reconocida? ¿Qué necesita la "persona esperanzada" para poder traducir en acciones reales (crear algo que no existe) su esperanza? El trabajo de reflexión en los procesos psicoterapéuticos me ha ayudado a darme cuenta de que cuando soy capaz (y sólo si soy capaz) de ofrecer una respuesta acogedora al querer fundante - esperanza, respuesta sentida y captada de la persona y por la persona, ésta es capaz de llevar a cabo acciones esperanzadas, es decir acciones capaces de hacer real el cambio necesario para que su vida sea vivida con más armonía y significado. El querer fundante - esperanza nos vincula con la vida, nos conecta con una visión de y para el futuro, es un sentido de proyecto de vida intencionado al que cada persona le apuesta y con el que se compromete, por lo tanto la esperanza nos conecta con la intencionalidad de las acciones humanas. No cualquier acción, sino con acciones transformadoras. La esperanza necesita un fundamento real y necesita resultados visibles, valorables y gratificantes. La esperanza no se da en el aire, es necesario encarnarla y hacerla realidad con nuestra vida. Lo posible real se vincula con las necesidades, y el resultado real dinamiza otra vez la esperanza. El querer fundante - esperanza le aporta una dinámica muy especial a la vida, sostiene en ratos difíciles, alegra en los fáciles, apoya en los ratos de encuentro, impulsa a continuar, inspira diferentes cómo. La esperanza favorece y sustenta el encuentro interpersonal por la posibilidad de un “proyecto grande común” en el que cada uno tiene su parte pero trabaja para algo mayor y trascendente. La esperanza necesita de la voluntad. Es la voluntad al servicio del deseo, de lo que es posible. La persona esperanzada es la que pone su voluntad al servicio de su deseo de transformación, de cambio, de realizar una vida más humana para ella y para su comunidad cercana y la global. Comprendo al querer fundante-esperanza como una respuesta a los acontecimientos de la vida: no produce certezas, produce actitudes que ponen a la persona en búsqueda del significado de su vida (a la pregunta por los afectos, por el destino, por el compromiso social: ¿vale la pena esto que estoy viviendo?) y estas actitudes generan acciones que aunque sean "pequeñas, limitadas", generan un proceso de transformación y cambio que tiene como resultante un estilo de vida más satisfactorio. Esta puesta en búsqueda es un dinamismo personal, es la energía del ser humano al servicio de la vida que valora el deseo y la capacidad de cambio. La esperanza necesita ser actuada, realizada. Es necesario actuar, llevar a cabo acciones intencionadas y dirigidas a hacer realidad aunque sea parcialmente eso que puede ser posible. Así, la posibilidad se nos muestra como la necesidad de apertura. La realidad personal es limitada; muchas veces los deseos presentes para el futuro están supeditados a lo que se conoce, se reduce la realidad a lo conocido (es decir a lo terminado, a lo que ya está cerrado); creer en la posibilidad abre alternativas insospechadas de la realidad, del grupo social, de la persona misma. Abre la conciencia de proceso, de camino, de renovación. Y es que hay una relación estrecha entre el querer fundante - esperanza y la libertad - responsabilidad. Las personas nos vivimos en soledad frente a la posibilidad de decidir y de realizar lo que puede ser posible. En una relación terapéutica se vive un vínculo estrecho "entre dos quereres fundantes", con diferente contenido y sentido. ¿Cómo, entonces, se forja esta relación de "quereres fundantes" en la terapia?, ¿cómo comprendo mi compromiso con la persona que decide compartir conmigo una parte de su vida? Como un camino de ida y vuelta. Por un lado (el de ida), en las personas hay una experiencia profunda de esperanza, hemos aprendido a esperar, a poner en juego nuestro querer fundante desde al nacer, en la época de nuestra vida en que somos más vulnerables, más dependientes y frágiles en la que nos ponemos (sin remedio) al cuidado de nuestros padres o de quienes toman su lugar. Más que una decisión, es una necesidad vital, existencial, que si no es, aunque sea, medianamente resuelta, acarrea la muerte del ser humano. Este cuidado inicial nos lleva a la vida y nos ayuda a vivir. Es una dimensión más bien pasiva, de receptividad. Por el otro lado (el de vuelta), está la aceptación de esta necesidad de cuidado que tiene el/la otro/a, es decir, acepto, acojo, asumo, la necesidad/exigencia de cuidado que tiene la persona. Esto pareciera (y es) una carga, una responsabilidad personal ante la vida del otro/a. Tanto la necesidad inicial de ponernos en manos de otra persona como la capacidad de acoger son parte de la naturaleza humana, lo que es importantísimo es la manera como se acoge, acepta y asume esta carga. Y esto es lo que dinamiza al querer-esperanza, lo que nos enseña a esperar.spaPsicoterapia PrácticaProfesionalizaciónProfesionales de la SaludFilosofíaPráctica ProfesionalPsicoterapiaEl querer fundante-esperanza: recuperación de la práctica profesional de la psicoterapiainfo:eu-repo/semantics/doctoralThesis